3 de marzo de 2011

Morir en Irak

Escribe Víctor Munguía

 Las noches en Bagdad, para los combatientes, deben ser terribles, rodeados de muerte y destrucción, de la necesidad de tener que matar para sobrevivir y cuidarse hasta de los propios compañeros para que ningún disparo imprevisto de por terminada la aventura.

Es tan corta la distancia entre el adiós y el regreso como largo es el camino que llevará a los soldados de vuelta a casa, en un feliz día que todos imaginan.

Morir en Irak es el temor general, nadie quiere que eso le pase, nadie espera que eso pueda sucederle en suelo remoto y extraño, entre gente distinta y que no despierta pasión alguna. Convertirse en la foto de un cadáver más, en la figura heroica que pasó por la tierra dejando la huella de un uniforme y la lucha por una patria tal vez haya sido el anhelo de algunos..

Y así, entre disparos y medianoche se da paso al momento real y funesto que transforma existencias o las destruye sin términos ambivalentes llevándose el espíritu del hombre en un viaje sin retorno.

Cuando muere un soldado hispano, con cada uno de estos muchachos se van las esperanzas de familias enteras que llegaron a este país con ansias de progreso y deseos de felicidad . En busca de esa ambición, ingresar al servicio militar se les inculca a nuestros adolescentes dentro de los hogares, para sentir orgullo, lograr objetivos de superación, enmendar errores personales, alcanzar status o americanizarse.

Lo cierto es que en muchas de las decisiones de estos jovencitos ha sido la influencia paterna la que ha pesado, nunca se pensó en el viaje a Irak, las despedidas o el mensaje que el orgullo de la familia perdió la vida en conflicto, dejando como recuerdo una medalla.

Y en la hora de reflexión que nos trae la muerte de uno de los nuestros resultará fácil odiar tanto a los iraquíes como ellos deben odiarnos también.

A partir de ese sentimiento inexplicado, de dudosa procedencia, podemos inventar un mundo para nosotros, dividido entre el bien y el mal, donde la representación de los buenos nos toque por derecho propio, y saldremos a las calles dispuestos a matar a cualquier manifestante anti-guerra, por traidor a la patria, tonto útil del terrorismo o sospechoso de maldad congénita.

Los valores dislocados que se pondrán en juego no tendrán nada que ver con la utilidad de esta guerra infausta ni sus pregoneros, tampoco con la cuestionada bondad que se pretende llevar al pueblo de Irak después de Saddam.

Se realizarán marchas exigiendo la muerte del dictador, sus esposas, sus hijos, sus amigos y vecinos, que mueran todos y el nuevo orden será más libre, respiraremos sin miedo a armas biológicas, químicas, bacteriológicas, o de no se que otra infernal creación del sátrapa Hussein.

El caso es que la muerte ha sido la vedette de este pasaje de nuestra historia como humanidad, y a los cadaveres mutilados de nuestros soldados y los "daños colaterales" de los que han quedado atrapados entre dos fuegos jamás podremos devolverles la vida.

Más allá de las fronteras de la Unión Americana se sabe que estamos en el momento crucial en que la guerra ya ha dejado de ser tal, para convertirse en la insana contemplación de la muerte ante los ojos impávidos del universo entero, unos callan, otros protestan por figurar, los menos sólo quieren rezar para que esta pesadilla acabe.

Pero ¿a quién vamos a rezar si en Irak no sólo han muerto los soldados americanos e iraquíes sino también la convicción de la justicia divina, el principio de la moral propia de los gobiernos del orbe, si hemos dividido nuestro espacio-tiempo histórico en antes y después de Saddam?

¿Que habrá después de tantas muertes? ¿Una civilización más libre? ¿O quizá una de convenidos y rastreros, bajo el liderato del capricho de las transnacionales y el mandato del dinero?

La verdad, en Irak hemos muerto todos, no sólo nuestros jóvenes soñadores metidos a soldados, también a nosotros nos ha tocado un poquito de esa muerte, nunca más seremos los mismos, ni siquiera los americanos, menos los inmigrantes o el resto de la comunidad internacional paralizada ante el cuadro tétrico de esta tragedia.